Barcelona, 22 de mayo de 2023
El agua es uno de los cuatro elementos y constituye, en gran parte, la composición de los seres vivientes. En estos tiempos, en nuestro ámbito socio-político, tenemos acceso prácticamente ilimitado al agua y, aunque el despilfarro es grande, somos conscientes de su importancia para la vida, de hecho, en los costosísimos planes para descubrir si existe vida o no en Marte, por ejemplo, lo primero que se busca es la presencia de agua, porque si hay agua, hay vida.
Tradicionalmente se recurre a manantiales o fuentes de aguas con propiedades curativas más o menos milagrosas o que favorecen algunas necesidades humanas.
Desde siempre, el agua se emplea para mantenerse con vida y no solo por cuestiones de higiene, sino también con fines terapéuticos y religiosos. La purificación ritual está siempre presente tanto en las iniciaciones espirituales como en las religiosas, así como en distintos ritos de paso.
Si, como ya vimos, el fuego tiene la propiedad de transformarse en otras cosas, y por eso fue considerado por Heráclito como el “arjé” de la naturaleza, por su parte el agua se adapta al recipiente o contenedor, y fue considerada también como el “arjé”, como principio de la naturaleza, porque Tales comprendió que se encuentra en la raíz de la vida, inaugurando con su afirmación, fundada en la observación, la filosofía. Sin agua, no hay vida.
Aunque se ha hecho una forma general de representación, el símbolo de los cuatro elementos para la alquimia es un triángulo equilátero, pero con algunas marcas distintivas para cada uno de los cuatro. El del fuego tiene el vértice hacia arriba, y el del agua tiene el vértice hacia abajo. La unión de estos dos triángulos produce la estrella de seis puntas, llamada Estrella de Salomón, de cuya importancia simbólica no hablaremos ahora.
Todas las cosas materiales están formadas por los cuatro elementos. Sin embargo, la naturaleza de los cuatro elementos se caracteriza por formar parte de todo lo material, pero sin ser ninguno de ellos. Forman un todo indistinguible e inseparable, generando una realidad diferente a la suma de los cuatro elementos.
Con respecto al agua, observamos que se manifiesta en distintas formas, todas ellas importantes desde el punto de vista simbólico: fuentes de aguas vivas, imprescindibles para la vida; manantiales subterráneos, presentes en todas nuestras construcciones sagradas, como en las catedrales; torrentes y regatos, que fertilizan los campos, huertos y jardines; pozos, con su carácter de propiedad particular; cuando se trata de un río, nos permite reflexionar acerca de la vida y la muerte, con el ascenso y descenso de las aguas, “Nuestras vidas son los ríos, que van a dar a la mar, que es el morir”, como decía el poeta; o los lagos, con agua aparentemente quieta e inquietante. Todo esto cuando hablamos de agua dulce, pero también el agua salada de los mares y océanos, tóxica para el ser humano, es agua vital para millones de seres que viven en su seno y que garantizan la vida de los seres humanos.
Pero el agua no está solo sobre la tierra, también la encontramos en forma de nubes y lluvia, y se mantiene su carácter de dadora de vida, siendo la lluvia invocada y deseada por la necesidad de obtener las cosechas que nos permitan vivir, además de significar lo que de bueno nos viene del cielo.
Por la naturaleza del agua, que se mueve perpetuamente y ocupa cualquier resquicio, podemos verla por todas partes, y también hacernos conscientes de las orillas, que son consustanciales a los cursos de agua, o por extensión, nos hace detenernos en la necesidad de sortear el inconveniente que un curso de agua pueda provocar, dándonos un símbolo más sobre el que pensar: el puente.
A veces, los símbolos representan una cosa y la contraria, y, aunque hoy nos centramos en su carácter vital, eso ocurre también con el agua, que según Arnau de Vilanova escribe en el Rosarium Philosophorum: “El Agua es lo que mata y lo que vivifica”. #GLFE #MesoneríaFemenina