Cuando era una joven estudiante de Psicología, Patricia Planas trabajaba por las tardes de recepcionista en una consulta privada. Un día de escaso ajetreo ojeó una revista de la sala de espera y se topó una
entrevista a un masón. «Tendría unos 20 años y era la primera vez que algo me llamaba la atención tan poderosamente», rememora hoy Planas, de 48 años, en una tranquila cafetería de Barcelona.