LA TOLRANA, EL FANTASMA DEL CALL

El encuentro con este personaje ocurrió en el año 2006, con motivo del evento
“Girona Temps de Flors», la semana en que se decoran con flores todos los lugares
emblemáticos de la ciudad. Terminado ya el recorrido por el barrio antiguo se llega a
la Torre Gironella, una edificación situada al final del “Jardí dels Alemanys”, casi
escondida y muy sobria. Por fuera no tiene ningún ornamento y por dentro parece una
cueva. Cuando se entra, se pasa de la luminosidad del jardín a la semioscuridad de su
interior; entrar allí es casi una experiencia mística e impacta en la entrada un gran
Amenorah de flores, se oye música sefardí, en el centro de la estancia el busto de
bronce de una mujer y en las paredes unos paneles, a modo de pergaminos, que
contaban su historia.
La Tolrana nació en Girona a finales del año 1300, aunque se desconoce la fecha
exacta. Era hija de un rabino que le dio una educación más amplia de la que, en aquel
tiempo, se daba a las mujeres. De hecho, se cree que su nombre deriva de “torana”,
que quiere decir, mujer que estudia la Torá, también le transmitió conocimientos de
medicina que ella utilizaba para ayudar a los que lo necesitaban, dándoles consejo y
remedios, por lo que sus vecinos la querían y respetaban.
Se casó con Francisco Guillermo de Vilaritg, judío converso, pero el odio antisemita
estalló con fuerza una vez más y los judíos de diversas partes de Cataluña fueron
perseguidos y asesinados. Todo este odio llegó hasta Girona y muchos judíos
pudieron huir ayudados, algunas veces, por sus vecinos cristianos, otros, entre los
que se encontraba la Tolrana, se refugiaron en la Torre Gironella. Su marido fue allí
con un documento firmado por Francisco Cervera, presbítero de Girona, y le pidió
que volviera a vivir con él, (este documento se conserva y demuestra la existencia
real de este personaje). En el documento no se le pedía que se convirtiera al
cristianismo, pero se la obligaba a no tratar de convencer a su marido ni a nadie para
abrazar el judaísmo.
La Tolrana no quiso separarse de los suyos y se negó a aceptar tales condiciones,
levantando acta de todo ello el notario Luís Carbonell. Pocos días después, el 17 de
septiembre de 1391, su cuerpo apareció decapitado en las escaleras de la Torre
Gironella. No se sabe quién la mató, si los cristianos o los propios judíos a los que
una mujer tan singular les resultaba incómoda.
Y desde entonces, según cuenta la leyenda, su espíritu vaga por las calles del barrio
antiguo. Por las noches muchos dicen haber oído sus lamentos y una triste canción
de la que nadie ha podido entender la letra. Quizás el lamento de la Tolrana no es
solo por su desgracia, sino también por todas las injusticias que han ido sufriendo
las mujeres a lo largo de la historia, mujeres como Hypatia de Alejandría o la

beguina Margarita Porete, que dieron su vida por defender aquello en lo que creían,
o como las otras beguinas que fueron obligadas a renunciar a su forma de vida;
poetisas o trovadoras como Merecina, Beatrix de Día o Hildegard von Bingen, cuyas
obras fueron menospreciadas y conscientemente olvidadas y así un largo etcétera
hasta nuestros días donde aún muchas mujeres son despreciadas, maltratadas y
asesinadas. Solo cuando la condición femenina sea considerada y respetada igual
que lo es la masculina, quizás sólo entonces, la Tolrana podrá descansar en paz.
Cuando llegan a nuestro conocimiento historias de mujeres que se han distinguido
por algo más que por su papel de madres, esposas o cortesanas y que son casi
desconocidas, sentimos como una estafa, porque esto es lo que nos han hecho a las
mujeres, nos han robado nuestra historia. ¿Cuántas obras han quedado
olvidadas o inéditas?, ¿Cuánto talento ha sido desperdiciado, solo porque
provenía de mujeres?, muchas para ser consideradas han tenido que ocultarse
detrás de un hombre o incluso firmar con nombre masculino para que su obra
fuera tenida en cuenta. La Humanidad ha venido utilizando solo la mitad de su
potencial, la otra mitad la ha dejado en la cuneta o varios pasos por detrás.
Pero la verdad es tozuda y después de muchos siglos parece que por fin ha
llegado el momento de que todo vuelva a su sitio. En esta sociedad cambiante,
líquida, como la define Zygmunt Bauman, quien mejor se está adaptando es la
mujer, por algo nos han asociado siempre al elemento agua.
Nosotras, las mujeres, hemos aprendido a trabajar en la oscuridad, a resistir el dolor,
a llorar y a compadecernos sin tener que avergonzarnos por ello, nos adaptamos a
las circunstancias, somos como juncos que se doblegan ante la tormenta, pero que
después se yerguen con más fuerza.
De todas formas, debemos aprender del pasado y no caer en los mismos errores, no
debemos dominar, ni aceptar ser dominadas. Queda mucho camino por hacer,
debemos trabajar y no caer en la trampa de pensar que con lo que se ha conseguido
ya es suficiente, sobre todo porque en muchas partes del mundo casi no ha cambiado
nada y, últimamente, hasta en sociedades que creíamos avanzadas vuelven a oírse
voces que nos quieren hacer retroceder.
El futuro no es de los hombres ni de las mujeres, es de la Humanidad completa, una
humanidad que, si nos referimos a unos versos de Víctor Jara, se podría decir que ha
nacido de la tierra de los labradores, ha subido por los andamios de los constructores
y aspira alcanzar las estrellas.
Para finalizar, damos cuenta de una canción que forma parte de la banda sonora de
la película “Solas” y dice:
“Estoy sentada aquí, en la oscuridad agradeciendo, la suerte que se me da
porque soy una de esas mujeres, hechas para durar.
Por un hijo mío, yo pasaría hambre
llevo Etiopía en el corazón
todos los hombres, corren por mi sangre
y hasta los ciegos han podido ver lo que yo llore
Di a luz y crie y he dado de comer
pagué con la vida, mi don de curar
me han quemado en la hoguera de las hechiceras,
tantas veces morí que ahora solo puedo vivir,
vivir en un mundo de mujer
donde no hay ninguna, ni siquiera la más joven
que no pueda dar amor, en un mundo de hombres”.

Logia Asiyah de Canigó

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