Reflexiones sobre la experiencia personal de una Aprendiza
Siento que el tiempo ha volado. Son tantos los recuerdos, los pensamientos y las
vivencias, que me cuesta pensar que hayan podido producirse en tan breve espacio
de tiempo.
Al principio, como aprendiza me sentía muy perdida, pensaba que el camino
masónico se recorría siempre acompañada, tanto por personas como por múltiples
lecturas de las que poder aprender. Y aunque parte del recorrido es así, una buena
fracción de él debe recorrerse en soledad con una misma. Porque más allá del
conocimiento de algunos autores u otras masonas, lo que te da la masonería es la
capacidad de cuestionar lo que das por sentado, de no aceptar respuestas fáciles y
de buscar sentido más allá de lo inmediato, mirando hacia dentro de forma
introspectiva.
Te entrena en el arte de reflexionar, argumentar y ofrecer una postura con
conciencia crítica, lo cual también ayuda a tomar decisiones más libres y auténticas
en la vida cotidiana. Además, te pone en contacto con las grandes preguntas
humanas: ¿Qué es la libertad? ¿Qué es la justicia? ¿Qué significa ser uno mismo?
¿Qué es la verdad? Y aunque muchas de esas preguntas no tienen una única
respuesta, el solo hecho de explorarlas puede darte una profunda lucidez interior.
Lo que más valoro de esta etapa ha sido poder mirar hacia dentro, dedicarme tiempo
a mí, a escucharme, aprender a no quedarme en lo superficial, sino intentar ir un
paso más allá. Valoro mucho que hasta el objeto más insignificante pueda ofrecer
tanto significado. Y valoro muy profundamente sentirme parte de una comunidad de
personas tan diferentes, pero tan complementarias entre sí como son las mujeres
masonas que he ido conociendo.
Si tuviera que enunciar para qué siento que me está ayudando más la masonería,
estos serían los cuatro principales temas:
1º. Para orientarme en la vida.
Reflexionar sobre cuestiones como qué es ser una persona de buenas costumbres,
qué es la igualdad, qué sentido tiene el silencio o qué es la libertad, nos ayuda a
tomar decisiones con mayor conciencia. No es lo mismo vivir arrastrada por lo que
se supone que hay que hacer, que vivir desde una elección reflexionada.
La masonería te da herramientas para vivir con propósito y no solo con objetivos.
Todas vivimos con alguna idea, más o menos clara, de lo que es tener éxito o vivir
bien. Pero muchas veces esas ideas no las hemos elegido: vienen dadas por la
familia, la cultura, las redes sociales… La masonería te invita a interrogar esas ideas.
¿Qué quiero realmente? ¿Vivo para mí o para encajar? ¿Qué significa tener sentido y
vivir con sentido?
Esa búsqueda no te da una fórmula universal, pero sí te devuelve el poder de decidir
quién quieres ser y cómo quieres vivir, de forma más coherente contigo misma,
aunque es una brújula interna, no un mapa.
Te ayuda a tomar decisiones difíciles (un cambio de rumbo, una renuncia, una
apuesta) desde un lugar de reflexión y no desde el miedo o el automatismo, que es
como solemos vivir hoy en día la mayor parte del tiempo.
2º. Para pensar mejor y más libremente.
Cuestionar lo establecido, reconocer falacias o evitar dogmatismos son habilidades
muy prácticas. En un mundo lleno de ruido, propaganda y opiniones instantáneas, la
masonería nos da una pausa, una distancia crítica.
Te vuelve más difícil de manipular y más capaz de sostener tu propio juicio.
Vivimos en una era saturada de información, pero escasa en pensamiento profundo.
La masonería te entrena para distinguir entre lo que suena bien y lo que realmente
tiene fundamento. Te muestra cómo se construyen los argumentos, cómo detectar
contradicciones y cómo no quedarte atrapada en ideas cerradas.
Además, te hace más tolerante y exigente a la vez: tolerante porque comprendes que
hay muchas formas de ver el mundo. Exigente porque no aceptas cualquier opinión
sin pensarla. Esa combinación es rara pero poderosa. Pensar de este modo es
aprender a preguntar antes de repetir, a matizar antes de juzgar, a abrir espacios de
ambigüedad sin ansiedad.
Y eso es libertad mental.
3º. Para prepararnos mejor para lo incierto.
El futuro es, por definición, incierto. La masonería no te da certezas, pero te entrena
para moverte en la incertidumbre sin paralizarte y para seguir haciendo preguntas
cuando todo parece oscuro. Cultiva una especie de serenidad activa. Es como
aprender a nadar en aguas profundas.
La masonería no elimina la incertidumbre, pero te enseña a convivir con ella sin
rendirte al caos ni al cinismo. Al cuestionar qué es el tiempo, el cambio, la muerte o
el miedo, vas cultivando una forma de fortaleza: una especie de aceptación activa de
que la vida es ambigua, frágil y, aun así, digna de ser pensada y vivida.
4º. Para conectarnos más profundamente con los demás.
Aunque parte del trabajo masónico se realiza en solitario, es una práctica
profundamente humana y social. Cuando te preguntas qué es la justicia, la empatía
o el bien común estás abriendo caminos para entender y mejorar tus relaciones. Y
también para entender por qué los demás piensan como piensan, incluso si no estás
de acuerdo. Y eso fortalece el tejido de una comunidad. Es un espacio donde las
diferencias no dividen, sino que enriquecen.
Te acostumbras a escuchar de verdad, a no buscar tener razón, sino a buscar juntos
una verdad más amplia. Eso fortalece vínculos reales: con amistades, con la pareja,
con el entorno. Y en sociedades tan polarizadas como la de hoy, aprender a pensar
juntos sin atacarnos es casi un arte perdido que la masonería puede ayudar a
recuperar.
Este primer año como Aprendiza no me ha servido solo para saber más, sino para
vivir de otra manera ya que, al contrario de otros conocimientos teóricos, tiene
aplicación en la vida real, y muchas si sabemos cómo llevar el conocimiento
adquirido a nuestras vidas cotidianas. No necesariamente en forma de soluciones
prácticas inmediatas, sino como una forma más lúcida, libre y conectada de estar en
el mundo.