La conversión de la mirada


La masonería es un camino para la transformación y perfección integral del ser
humano, mediante un método iniciático que utiliza principalmente los símbolos y las
alegorías. Este método es progresivo, porque la permanente aprendiza que es la
masona, sea cual sea el grado que ha alcanzado, no cejará jamás en el empeño de
alcanzar el conocimiento, sabiendo que cuanto más aprenda, más consciente será de
su ignorancia. Desde esta perspectiva, puede decirse que el ascenso a cada uno de los
grados que alcance será una verdadera iniciación.
En este proceso se irá generando una conversión de la mirada interna, hacia dentro de
una misma y una conversión de la mirada externa, hacia afuera, hacia el otro. Las
sucesivas iniciaciones de la masona producirán en ella o en él una paulatina
“conversión de la mirada”.
Un breve paréntesis para quienes consideren extraño que usemos el término
“conversión”, normalmente asociado a quien cambia de creencias o convicciones de
forma notoria, abandonando unas y abrazando otras. La conversión de la que
hablamos es un verdadero cambio de perspectiva, una transformación, aunque no
implica nada parecido a la caída del caballo de Pablo en el camino de Damasco, sino
que se relaciona más con el término griego utilizado, precisamente, en el Nuevo
Testamento:  ἐπιστρεφω, una palabra que se traduce como “volverse a”, volverse hacia
Jesús en aquel caso, y que aquí me sirve para describir un giro en la orientación de una
persona, “VOLVERSE HACIA EL SER HUMANO”, centrado, precisamente, en un cambio
en su mirada.
En la Masonería, la logia y sus iniciados, los hermanos y las hermanas que la
componen, constituyen la ocasión de compartir los diferentes mensajes que el símbolo
sugiere a cada uno y de comparar sus diferencias. La conversión de la mirada, de la
que venimos hablando, permite superar la ceguera no sólo sobre el otro sino, incluso,
sobre el pensamiento del otro. Comprender qué dice el otro, aceptar en qué
proporción estamos en desacuerdo y en cual nuestra visión es coincidente, es un
motor de reconocimiento de la fragilidad de nuestro propio criterio y un incentivo para
despojarnos de las ideas que consideramos verdaderas por el único motivo de que son
nuestras.

Aprendemos así a la vez que desaprendemos, en el bien entendido que la Masonería
no propone un desaprender dogmático y esterilizador, como quienes proponen borrar
el pasado para vaciar a sus adeptos de raíces y hacerles así manipulables, sino un
desaprender basado en la capacidad de poner en cuestión lo adquirido para permitir
un avance racional en el nuevo aprender.

Desde la óptica psicológica, los dos significados de desaprender son absolutamente
contrarios: desaprender por desaprender conduce al abismo de los gurús tramposos y,

por tanto, a la dependencia y a la moral dependiente de la autoridad de un tercero,
mientras que aprender y desaprender críticamente sitúa al ser humano en el camino
de la emancipación y de la autonomía ética.

El ser humano es histórico y se hace sobre su trayectoria vital, lo que, si se inicia como
francmasón, recibirá un impulso formidable: lo que haces, te hace. El francmasón es
libre y aspira a vivir plenamente su libertad; por esta razón, los símbolos son para él un
medio y no un fin.

A modo de conclusión: contribuyamos a colocar en el primer lugar de nuestra escala
de valores la marginación del odio, la oposición a las fronteras, la recuperación de la
esperanza, la capacidad de actuar a favor de la paz, el esfuerzo por difundir el
conocimiento y, en definitiva, la propagación del Amor.

Nos sorprenderá ver cómo va cambiando la mirada, la nuestra hacia el otro, la del otro
hacia nosotros, hacia nosotras. Y descubriremos que esa es la única conversión que
nos interesa, por su fuerza radicalmente revolucionaria a la hora de conseguir cambios
a mejor, la conversión de la mirada.

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