La masonería es una fraternidad, una escuela de vida y una forma de
socialización. Como francmasonas, pretendemos ayudar a construir una
sociedad que tenga por ideal la mejora de la Humanidad, rechazando el odio,
buscando el diálogo genuino, la empatía, el respeto y la verdadera
solidaridad, para llegar a una sociedad construida sobre la paz y los derechos
humanos.
Nos interesa especialmente reflexionar sobre el aprendizaje tal y como lo concibe la
masonería, es decir, como un proceso de transformación, un camino que emprende
toda masona en el que es imprescindible atreverse a pensar, a avanzar, a cambiar, a
renacer, a desprenderse de lo inútil y dañino, para progresar en el proceso de
superación en el al que nos comprometemos. Y en ese proceso de aprendizaje nos
vamos convirtiendo en lo que somos.
Nuestra finalidad, pues, es un hacer reflexivo, una búsqueda en la que
transformándonos a nosotras mismas contribuimos al progreso de la Humanidad, al
menos como pretensión y como utopía, tal y como lo popularizó la metáfora del aleteo
de la mariposa: una causa mínima puede tener grandes efectos.
Nuestro método comienza con una actividad de riesgo, un buceo introspectivo en las
profundidades de nuestro yo. No sabes lo que te vas a encontrar, ni cómo orientarte en
el laberíntico camino hacia nuestro interior (sensaciones, recuerdos, sueños, relatos y
todo bastante fragmentado y sin lógica).
Benjamín Franklin decía que había tres cosas extremadamente duras “el acero, los
diamantes y el conocerse a uno mismo”. Es fácil perder las riendas y, en parte,
perderse una misma. Lo más adecuado es dialogar con tu yo interior, entre la
conciencia y la inconsciencia, con la intención de conocerte lo suficiente como para
conectar con tus propios sentimientos, pensamientos y actos, no cometer demasiados
errores, aprender a saber estar y conseguir acertar en las decisiones importantes y en
las pequeñas elecciones de cada día.
El aprendizaje masónico implica a la persona en su conjunto, no puede dirigirse sólo a
la cabeza (a la razón y sus capacidades intelectuales), ni sólo al corazón (a las
emociones y sus capacidades afectivas), ni sólo a la voluntad (a su tesón y trabajo sin
descanso). En este aprendizaje integral se movilizan todas las capacidades humanas,
pues, en definitiva, se pretende un progreso moral que se sustenta sobre las bases de
un ser humano más consciente, sabio y capaz de actuar bien, tanto en el ámbito
privado como en el público.
El sistema educativo formal está escorado hacia la transmisión de conocimientos que
apelan sobre todo a las capacidades intelectuales, dejando el desarrollo de las
capacidades afectivas en manos de la familia, la iglesia y la tribu en general. Esto
constituye un error importante, ya que darse cuenta de los propios sentimientos es la
piedra angular de la inteligencia emocional y, no saber gestionarlos, nos convierte en
seres humanos poco empáticos, centrados en sí nosotros mismos y abocados a la
infelicidad. Asimismo, el menosprecio que vivimos en los últimos años por los estudios
humanísticos (filosofía, historia, arte, literatura…) limita al ser humano en su capacidad
de comprensión de la realidad que le rodea, reduce su sentido crítico, su creatividad
artística y su construcción integral, de ahí el gran problema actual con la salud mental.
El método masónico, por el contrario, es un método de aprendizaje para la vida en
todas sus dimensiones, es decir, aprender a vivir una vida humana plena, abierta a
nuevos conocimientos y poniendo en el centro el aprender a compartir, a conversar, a
respetar las diferencias, a ser empáticas y tolerantes, a ver a todo ser humano como un
igual.
Los símbolos y rituales son vías privilegiadas para interiorizar lo fundamental, es decir,
los valores y fines de la masonería. El estudio y la interpretación del símbolo requieren
ir más allá de lo literal del significado de determinadas acciones, emociones y/o
palabras y romper con los códigos básicos establecidos. Esto se traduce en una
inmersión en un mundo espiritual de significados múltiples que nos permiten desarrollar
el libre pensamiento, la imaginación, la creación personal, la intuición… Los símbolos los
concebimos como semillas para cultivarnos, conocernos a nosotras mismas,
comprender el mundo y la sociedad que nos ha tocado vivir. En definitiva, nos ayudan a
crecer en ese aprendizaje integral del que venimos hablando. Es algo así como una
escuela de crecimiento personal y de práctica de la tolerancia, el respeto y la búsqueda
de la inclusión.
Los rituales masónicos son unos textos escritos para ser representados o mejor dicho
para provocar una experiencia vital, compartida, enriquecedora y formativa.
Nuestros fundadores y nuestras fundadoras, cuando aflora la masonería femenina,
pretendieron construir una escuela sentimental y sabían que eso no solo pasa por el
cerebro. Por ello, no sólo hicieron discursos o ensayos u obras de arte, sino que
redactaron unos rituales a través de los cuales crearon las condiciones para que los
seres humanos quisieran ser fraternales, amaran al género humano y preservaran la
sabiduría heredada de nuestros antepasados.
La realización de los rituales de forma no mecánica ni improvisada, sino de manera
rigurosa y vivida, nos introduce en un mundo que en masonería llamamos “sagrado”,
que etimológicamente significa “lo que es aparte”. Este término no expresa ninguna
creencia religiosa, sino que nos abre al juego más serio de la vida. La celebración de un
ritual es un momento privilegiado de aprendizaje puesto que une teoría y práctica,
moviliza todas nuestras capacidades y constituye una experiencia vital y espiritual.
La masonería se basa en principios, valores y reglamentos que en el pasado jugaron un
papel clave en la lucha contra todos los prejuicios, intolerancias, dictaduras y abusos de
poder. Contribuimos al avance moral, intelectual y social de la Humanidad. Hoy más
que nunca, necesitamos inspirarnos en ese pasado y construir un futuro de mayor
fraternidad.
¿Qué une más a una comunidad que un sentido de propósito y pertenencia? Un
crecimiento colectivo es más que la suma de los crecimientos individuales y en una
sociedad como la actual donde el egoísmo y la individualidad están a la orden del día,
encontrar un espacio sin ruido superfluo donde poder trabajar, pensar y a la vez
compartir y encontrar apoyo sin juzgar ni ser juzgado, debe ser considerado como un
gran tesoro que debe ser preservado para nosotras y para generaciones futuras.