LA LUNA, LA NOCHE Y EL LLANTO DEL TORO
Una preciosa luna se refleja en un pequeño río que casi rodea los corrales de los toros. Noche
encantadora…
Un muchachito, “maletilla” le llaman, con un paño en la mano, salta la tapia protectora del recinto
donde descansan los toros de noche; un poco más allá, se encuentran los terneros (novillos) que
ya están separados de la madre.
El muchacho abre el cerrojo y deja salir al animal. Mira la luna, es perfecta. El corazón le late, le
tiemblan las piernas de emoción; ahora aprenderá a ser torero. Piensa en su madre y en que,
cuando haya culminado el arte de Cúchares, ya no pasarán más hambre. Le pasan mil cosas por la
imaginación: será una gran figura, será muy famoso, será rico…
El becerro mira al chiquillo y se da cuenta de que es tan cachorro como él mismo.
Con su noble mirada se acerca a su nuevo amigo para jugar un rato. Trapo arriba, trapo abajo, el
muchachito ahora le da una vuelta, y otra y otra vez… Es divertido —piensa el ternero—, pero vigila
atento que, con sus pequeños cuernos, ¡de ninguna manera pueda herirlo!
Así, clandestinamente, el chiquillo vuelve una y otra vez todas las noches de luna con temor a ser
descubierto, pues sabe que están totalmente prohibidas las capeas, porque el hecho de ser
toreados los terneros provoca que, al llegar la edad reglamentaria y ser sorteados para ir al “Coso
Taurino”, en tal caso, ya conocen el capote y no dan el juego esperado.
Ha pasado el tiempo, y ese ternero de las noches de luna llena, ahora ya es un formidable toro y ha
llegado la hora de su destino.
La alternativa es Pajarito, el Matador, un torero muy famoso por haber matado con gran “valentía”
un número incontable de toros.
Al Rompesueños, nombre que le pusieron los ganaderos, le tocó en suerte el Pajarito.
La plaza estaba muy iluminada; era la noche de San Juan. Un rayo de luna llena, preciosa, más
blanca y brillante que nunca, caía en medio de la plaza.
Al salir del toril, Rompesueños recordó aquellas noches de luna en que jugaba con aquel
muchachito. No sabía qué hacía en ese lugar tan extraño, no lo había visto nunca, tenía miedo,
quería huir, saltar la barrera…
Le venía a la memoria aquellos campos tan verdes donde corría con su madre. ¡Quién era esa
gente que gritaba tanto…!
Sus ojos están opacos, no ve muy bien. Antes de salir le han dado unos golpes muy fuertes en el
lomo… Mira la luna, recordando aquellas noches de juegos con su amigo, el chiquillo.
¡Un caballo! Con su inocencia no podía pensar mucho al sentir sobre su hombro el intenso dolor
que le producían aquellos hierros que se le clavaban hasta las entrañas de su cuerpo, pero él no
entendía nada. ¿Por qué su amigo le causaba tanto dolor?
Por último, llega la cruel culminación, la hora de la muerte, la hora de un sacrificio inútil. Pajarito
con el trapo en la mano, con traición esconde una espada… La música suena más fuerte para
apagar su lamento.
Lágrimas del toro salen de sus ojos, pero él no entiende nada…
Rompesueños posó una intensa mirada en aquel muchachito que había sido tan divertido con los
juegos de noche de luna…
En el momento en que rondaba ya su muerte, el llanto de este toro fue tan fuerte y lastimero que la
plaza tembló. Una negra nube cubrió la luna…
El Pajarito Matador no volvió a torear jamás.