El gallo, cuyo nombre proviene del latín gallus («el que llama»), ha sido una figura
simbólica a lo largo de la historia, representando tanto la llegada del día como la
conexión con lo divino. Su canto al amanecer ha estado vinculado al sol que, reflejando
sus rayos en el plumaje dorado y la cresta roja, le convierte en símbolo del inicio de la
luz y el despertar.
En la antigua Grecia, el gallo se asociaba a los dioses Hermes y Asclepio. Como
protector de los viajeros y guía de almas al más allá, representaba vigilancia, valentía y
fuerza. Su sacrificio en ceremonias religiosas era considerado un acto sagrado, pues se
creía que su canto tenía el poder de sanar enfermedades, ahuyentar espíritus malignos y
establecer una conexión con los dioses. En la obra La Odisea de Homero, su canto
señala el amanecer, símbolo de la vigilancia constante que los héroes deben mantener.
En Roma, el gallo se asociaba a Mercurio, el dios mensajero, quien guiaba las almas al
otro lado, y su canto también se vinculaba con la luz y la protección contra las
influencias oscuras de la noche. En la tradición cristiana, el gallo se convierte en un
símbolo del amanecer de una nueva era, representando la resurrección de Cristo y el
juicio final. La negación de Jesús por parte de Pedro, antes de que el gallo cantara, es
vista también como un símbolo de purificación y sabiduría que se alcanza tras la luz del
conocimiento, conectando con las enseñanzas de la masonería, donde el gallo aparece
como un recordatorio de la búsqueda constante de la verdad.
En la masonería, el gallo es un símbolo de vigilancia, perseverancia y meditación
profunda, representando el paso de la oscuridad a la luz. Su canto resuena como un
recordatorio del despertar de la conciencia y a medida que reflexionamos sobre los
símbolos y nos embarcamos en un camino de autoconocimiento, guiadas por ese canto
del gallo, que mantiene a la persona alerta frente a posibles amenazas. Este canto
simboliza la nueva etapa de la vida, un renacimiento interior en nuestro camino
masónico.
En la tradición francesa, el gallo adquirió un fuerte significado durante la Revolución
Francesa, y se adoptó como emblema nacional, especialmente dentro de las logias
masónicas. Afortunadamente, el gallo de bronce de la aguja de Notre Dame sobrevivió
intacto durante el incendio de la catedral en 2019.
El gallo, entonces, no solo simboliza el amanecer y la llegada de la luz, sino también la
lucha constante contra la ignorancia. Su canto es un recordatorio de la necesidad de
estar siempre alerta, vigilante y activo en la búsqueda de la verdad. Nos invita a
despertar del sueño profundo de la inconsciencia, a mantenernos firmes en el camino de
la justicia y la sabiduría, y a no dejarnos deslumbrar por falsas luces. Como una veleta
que se orienta con el viento, el gallo nos enseña a disipar las sombras del mal,
venciendo las tinieblas con la luz de la razón y el conocimiento.
R.L. Tanit