El Basilisco

Aunque se sabe con certeza que el Basilisco ni existe ni existió en la realidad, son
muchas y variadas las autoridades que dieron por cierta su existencia, empezando
por la Biblia, que lo nombra siete veces en cuatro libros diferentes, Isaías XI, 8; XIV
29; XXX, 6 y LIX, 5, Jeremías VIII, 17, Proverbios XXIII, 32, Los Salmos XC, 13, e
incluso se sugiere que, en el Génesis, cuando se habla de la serpiente que tienta a
Eva, es en realidad un Basilisco quien lo hace. También lo incluyen entre los seres
existentes Plinio el Viejo, en su Historia Natural, Lucano, en La Farsalia, el médico
Dioscórides, o San Isidoro de Sevilla en sus Etimologías, entre los más importantes.

A finales del siglo XVIII, pese a que ya se había mostrado científicamente su
inexistencia, por personalidades como el ilustrado Benito Feijóo, aún hubo algunos
religiosos que aseguraron que existía realmente, basándose en la Biblia.

Es curioso como actúan los mitos en la conciencia colectiva, perduran mientras
cubren una creencia y decaen cuando no sirven a los intereses de esa creencia, y
son sustituidos por otros.

El Basilisco, cuyo nombre viene del griego basileus, rey, y de esta palabra basilikós,
que significa reyecito, es un pequeño animal, con cabeza similar a la de un gallo,
con una cresta de tres prominencias y una mancha blanca, la cual tiene apariencia
de corona, por eso a veces se conoce como Régulo.

Cuerpo de sapo, cola de serpiente y patas de gallo, que, según distintas versiones,
pueden llegar a ser hasta ocho, completan la imagen del basilisco.

Nace del huevo de un gallo viejo, incubado por un sapo en el estiércol, y es de
naturaleza maligna, y su malignidad se extiende a todo lo animado, e incluso lo
inanimado, porque el basilisco mata con su aliento a las plantas y árboles, rompe
las piedras con su silbido, y mata a quien mira, a diferencia de otro animal, el
Catoblepas, al que a veces se cita con él, que mata cuando se le mira a los ojos, por
eso este animal se arrastra y lleva siempre la vista baja, para no dañar.

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Al Basilisco solo se le puede mirar sin peligro a través de un espejo, en una versión
un poco diferente al mito de la Medusa, pero similar.

De naturaleza infernal, el basilisco emplea todos los elementos de que dispone
para matar: su aliento, su chillido, su olor pestilente que mata al único animal que
puede acabar con él, la comadreja, así como su mirada, siendo ésta un caso
exagerado del temido mal de ojo, que incluso hoy día se considera que es una
realidad, que cualquiera puede maldecirnos mediante una mirada y complicarnos
la vida y la salud.

Curiosamente, sin embargo, en alquimia se emplean sus cenizas para lograr el
llamado polvo de proyección, que transmuta los metales y proporciona la
inmortalidad.

El mal de ojo sigue vigente. Se encuentra en todas la épocas y culturas y nos
protegemos de múltiples maneras de él, tanto con amuletos como con rezos y
rogativas, olvidando que la única manera de protegerse es ser una persona íntegra
a la que la envidia no pueda alcanzar.

Quizá es el momento en estos tiempos de “polarización” extrema y de insultos
generalizados en la sociedad, de comprender que las malas palabras y los malos
deseos hacen daño, crean una realidad cruel y dolorosa, quizá es el momento de
pensar en aceptar que las personas tenemos ideas diferentes que son respetables
siempre que respeten la vida y los derechos de las gentes. Quizá debamos dejar de
mal decir, y quizá debamos empezar a bien decir, para evitar que nos alcancen los
basiliscos, para evitar ser basiliscos.

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